En 1922 se cumplirá un siglo del descubrimiento arqueológico más impactante realizado en Egipto, la tumba de Tutankhamón. Este es uno, el más brillante –literalmente– de una cadena de hallazgos que, desde cuatro décadas antes, estaban dando a conocer las circunstancias excepcionales del final de la Dinastía XVIII. Las cartas de Amarna fueron el primer testimonio de la existencia de correspondencia diplomática entre los grandes imperios orientales del Bronce Reciente. La excavación posterior de esta ciudad dio a conocer la capacidad de planificación urbanística de la civilización del Nilo. Los himnos a Atón revolucionaron la percepción de la religiosidad egipcia, mostrando una teología cercana al monoteísmo y un paralelismo con algunos versos de los Salmos bíblicos. El busto de Nefertiti se convirtió en el epítome de las innovaciones artísticas que definen visualmente la época. Desde entonces, el reinado de Akhenatón –que posiblemente se pronunciaba Akhanyati– y sus inmediatos sucesores es uno de los focos de atención más llamativos de la historia egipcia, incluso para quienes no tienen un interés específico por la cultura del Doble País. Naturalmente, la investigación no se detuvo allí. Desde hace cuarenta y cinco años, el Proyecto Amarna sigue revolucionando con sus métodos de excavación y temas de análisis, no solo los breves años en que la ciudad estuvo ocupada, sino todo el Bronce Reciente. Al mismo tiempo, otros yacimientos en el valle del Nilo –desde Nubia a Saqqara– corroboran o abren nuevos interrogantes a las propuestas creadas desde la capital de ese efímero y trascendental periodo.